domingo, 4 de diciembre de 2016

Experiencias 14

roes anónimos. Ser madre es un acto que sirve a lo esencial de la vida.
            Caminar el Sendero Iniciático es realmente andar un camino profundo, intenso y maravilloso, donde se aprende mucho casi todo el tiempo, pero a la vez también se comparte, para el que guste, lo que nos ha nutrido el alma. 
Cuando escucho a muchos seres humanos y observo sus vidas, me provoca un sentimiento de admiración. Es que podemos aprender de todos, a condición de que no dejemos pasar ningún detalle. Lo extraordinario es que el mundo está lleno de héroes anónimos, de gente muy especial, que vive verdaderos actos heroicos, de amor y de bondad únicos.

Esta vez quiero compartir dos simple relatos, en referencia a dos seres humanos maravillosos que casi nadie conoce, pero que tienen mucho para enseñarnos.

              Ser madre es un acto que sirve a la vida.
            “Es la primera vez que expongo públicamente un texto sobre la persona a la cual debo la vida y las ganas de vivir, ya que dadas las circunstancias que reinaban en mi entorno familiar, todo hubiera podido ser diferente, pero ella, mi madre, con escasos recursos económicos y culturales, con baja autoestima, decidió, a pesar de todo, que yo naciera en el seno de la familia.
Recuerdo en uno de sus relatos, que a la edad de un año estuve a punto de morir. Llamaron al doctor, quien después de examinarme, les dijo a mis padres que iba a experimentar con una medicina, que si reaccionaba habría decir “¡ya la hicimos!”.
Después de aplicarme la dosis, esperaron un buen tiempo, hasta que por fin reaccioné. La alegría que le provocó a mi padre hizo que saliera de la casa y se dirigiera a una cantina, a fin de celebrar el acontecimiento con sus amigo. Mi madre, en cambio, sin que me lo contara, supe que estuvo pendiente de mí el resto de la noche.
Yo vivía en un patio de vecindad, rodeado de amigos con las mismas circunstancias socio económicas. No había los medios suficientes para estudiar, pero mi mamá se empecinó para que mis dos hermanos y yo estudiáramos. Si se compraba un juguete había que elegir para quién sería, pues solo podía ser uno el afortunado; a veces yo decidía dejarme de lado, para que mis hermanos tuvieran el juguete.
Todo fue siempre una lucha para ella, pero logró, con mucho esfuerzo, que empezáramos una licenciatura; mi hermano estudiaría contabilidad, yo el Normal, para ser maestro.
Recuerdo que trabajaba de noche haciendo costuras, que al día siguiente salía a vender a las congregaciones cercanas a Coatepec. Lo que ganaba no alcanzaba para lujos; solo lo básico, y muchas veces su ración de alimentos diarios la repartía entre sus hijos. No comer era algo normal para ella, así podíamos comer nosotros; de modo que poco a poco fue mermando su salud, hasta que falleció a la edad de 44 años.
Ya había terminado el primer año en los estudios del magisterio, pero no llegó a verme graduado; algo que realmente logró ella con su abnegación, siempre al límite de sus fuerzas.
Ahora, después de 50 años de haber dejado este plano físico, me doy cuenta de la importancia que representa mi madre en lo que soy ahora. Ella me enseñó a ser responsable y mucho más con su ejemplo. Yo seguiré siendo fiel a los generosos valores que ella me inculcó.              
¡Gracias madre por haberme dado la vida!
                                                           Gagpa Jesús Sergio A. Virués González.


Es tan hermoso lo que hay detrás de esta historia, que me lleva a pensar que podemos tener reconocimiento de la gente, de la familia, pero lo que verdaderamente cuenta es el reconocimiento de la Inteligencia Superior que mueve todo. Ser dignos ante lo que llamamos Dios es lo que verdaderamente llena de plenitud la vida, aunque nadie se entere, por eso los héroes anónimos hacen su mejor esfuerzo sabiendo que el Universo observa, que uno mismo se está observando, y que ese acto es algo que lo vuelve digno ante la mirada del Gran Ser.
Los actos de bondad y amor que expresan incontables seres humanos, y que nadie ve ni son publicados en las redes sociales, que no son reconocidos ni reciben premios, son los que encumbran a la humanidad a un nivel superior, los que elevan el estado de consciencia de todos.


 Doña María.
         María Natividad Montoya, de 97 años, nacida en Uyuni, vivió en Huari, trabajó la tierra; posteriormente, se asentó en Oruro. Desde hace 10 años vive en Tarija... Sigue trabajando su jardín de flores y de frutas.
 En Bolivia, dos años antes, me presentaron una amable señora de 95 años. Luego de conversar algunas cosas, nos repartimos bendiciones, en una intercambio muy agradable e interesante. 
Ella es una mujer valiente, nacida y criada en la montaña, que ayudó a crecer a sus hijos con las verduras que cultivaba. Cargándolas sobre su espalda, tras una larga caminata, con sus fatigados hijos a su lado, se las vendía a los trabajadores de una mina cercana.
Hace poco me volvió a invitar una de sus hijas. Esta segunda vez charlamos con más profundidad. Ella me hacía preguntas, yo le devolvía respuestas, que solo daban paso a más preguntas. 
Una circunstancia que marcó su vida fue quedar huérfana de padre y madre cuando apenas tenía 3 años.  No asimilo del todo cuando me cuenta que tenía 13 hijos y solo sobrevivieron 6. El primero, por equivocación del doctor, nació muerto. Tuvo su primer hijo a los 17 años. Los trece hijos vinieron a este mundo con la ayuda de su marido, con  quien se casó sin antes conocerle. 
Los que llegaron a una edad adulta son 6; quedan 5, pues uno ya murió hace 10 años.
Así siguieron otras circunstancias en varias etapas y edades de sus hijos. Aunque no puedo hacer un recuento de todas, solo sé que percibí algo de lo que su alma quería compartir conmigo. Me impresionó todo el dolor por el que pasó esta aguerrida mujer, puesto con una sola de esas experiencias difíciles, muchos seres humanos no nos hubiéramos recuperado.

Pienso en todo lo que le sucedió a esta gran mujer, y en cuánta fuerza debió necesitar para seguir viviendo y luchando, para salvar todas las adversidades. Su vida es inspiradora y admirable, y aunque para el mundo es completamente desconocida, para el universo es extraordinaria. Una mujer sencilla, que amó y ama la vida, que se siente cercana a su Dios.
No sabe leer ni escribir, pero es más sabia que mucha gente que ostenta títulos académicos…
Nos despedidos con algunas palabras en Aimara que me traducia su hija y otra vez con bendiciones para que sigamos, mutuamente, por el buen camino. Me entregó algo con frases de su fe; lo recibí con gusto y me fui pensando en su hermoso rostro, teñido de años, experiencias, muchos soles cálidos y algunas heladas que marcaron su piel. 
Sin ninguna duda, la vida es bella en todas partes para las almas fuertes que saben apreciar la dualidad de las manifestaciones divinas.
         Es simple, generalmente, el encanto de la vida. Trabajas, te esfuerzas, das lo mejor de ti mismo conscientemente, y luego solo se debe dejar que el universo haga su parte, para que todo continúe en armonía. Así que lo mejor, luego de cumplir con lo que se debe hacer, es lograr que todo fluya hacia la mejor posibilidad que podamos vivir. Esto es algo en lo que podemos ayudar, ya que la pequeña chispa del Ser que somos es la que atrae todo lo que nos pasa, porque lo necesitamos para nuestra evolución. 
Concientizar esto puede ser fundamental para sentirnos partícipes del desarrollo y creación permanente del universo mismo...
Los seres humanos tenemos que aprender que es realmente hermoso entregarse al amor por completo, porque fluye una energía diferente, grandiosa, que llena el alma de luz. Pero ese tipo de amor depende de la entrega y la nobleza. En realidad, así deberíamos vivir y amar; no a medias o con cuidados y reparos por si nos lastiman. Total entrega sin dependencias, con el corazón  abierto.
               El mundo es bello en todas partes, en las cosas más simples y en las más sofisticadas; solo hay que saberlo mirar con los ojos del alma, que es parte de la gran alma del universo.
      Gurú Constancio                            Sede Mundial  18-11-2016

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